Si todo tiene, como sabemos, fecha de caducidad
y algún día ha de terminarse,
mi deseo
es que todo lo que termine
entre tú y yo
siga transformándose, como hasta ahora,
en otra cosa
distinta
entre tú y yo.
Mi único secreto inconfesable
es tu nombre.
Te invento toda clase de nombres
para no pronunciarlo
ni siquiera en sueños.
Innombrado,
eres como un sueño del que a veces
despierto para seguir encontrándote.
Por eso cuando te encuentro
no puedo dejar de mirarte.
Sangre, sudor, lágrimas.
Y vino.
Viajé sola,
salí de mí y de mi tiempo para entrar, con permiso,
en vuestras casas.
Con permiso escuché vuestras historias
y comí en vuestra mesa.
Viajé sola
y desde mi tiempo os llevé
vino espumoso como la mar,
almendras del color de la tierra.
Con permiso entré en vuestro tiempo
en el que aún
no era hora de brindar
(aunque todos sabemos
que llegará el momento).
Viajé sola
y me recibisteis con espaguetis y colacao,
judías y peces,
jugo de manzana,
ensaladas de queso y nueces,
jardines recién segados,
vidrieras de arcoiris,
imágenes antiguas
de un niño de ocho años.
Viajé sola y vuelvo
con el corazón acompañado.
Las gotas de lluvia en el haz de luz del proyector
rayan de blanco la noche
de la avenida.
Me pregunto por qué misteriosa razón estos días
cuando salgo a la calle
sólo veo una floristería detrás de otra,
como si no existieran otros comercios.
Esta noche
la mayoría de los viajeros del vagón va leyendo.
Sólo yo escribo.
Hace seis años,
yo estaba a miles de kilómetros al este
(en Hong Kong)
y todas las noches te escribía
y te mandaba el sol.
¿Te acuerdas?
Estoy en casa
y llueve
y llueve
y llueve.
Pienso en todas las personas que se estarán mojando los pies.
Tal vez sea una forma de rezar por ellas.
A la luz del amanecer
veo el brillo de las grandes letras
que han dibujado
paso a paso
en la fachada de piedra
de mi casa
los caracoles.
Son indescifrables
y bellas.
No sé quién era
(no sé si hago bien contando mis sueños),
pero me dijo con claridad:
«Sólo de ti depende que despiertes;
en realidad
puedes despertar cuando quieras.»
Y entonces desperté.
Ya hierve el otoño
con su calor oculto.
En el interior
de cada hoja
signos de podredumbre.
Días de fiesta:
risas y conversaciones
que brillan más que el sol.
A la noche releo un libro.
Las puntas de los álamos
arden bajo el sol de la tarde
y señalan
por dónde corre el río.
Todos los lugares son secretos,
guardan secretos,
cuando no sabes mirar.
Es lo que es
Es una tontería
dice la razón.
Es lo que es
dice el amor.
Es una desgracia
dice el cálculo.
No es nada sino dolor
dice el temor.
No tiene perspectivas
dice el entendimiento.
Es lo que es
dice el amor.
Es ridículo
dice el orgullo.
Es insensato
dice la precaución.
Es imposible
dice la experiencia.
Es lo que es
dice el amor.
Más allá
Cuando
nos abrazamos
vamos
a otro mundo
donde
nos abrazamos
y marchamos
a un trasmundo
donde
nos abrazamos
y donde tal vez sólo
nos abrazamos.
Trato de tomar mis decisiones
por mí misma,
asumo el riesgo y la libertad de equivocarme.
Y trato de no cometer la mayor equivocación:
asumir
que mis miedos son también tus miedos,
que lo que a mí me parece difícil (o evidente) lo es también para ti,
que mi forma de hacer las cosas es la correcta
o la única
(pensar, como el ladrón,
que todos son de su condición
no es empatía, sino estrechez de mente).
Te escucho con respeto.
Me escucho con respeto
Y decido.
La leña está apilada, esperando:
ya puede venir el invierno
cuando le plazca.
En este otoño
los últimos insectos
revolotean,
y saltan apresurados
como si supieran que no habrá mañana.
En el silencio de la tarde
oigo el batir de las alas de un ganso
y su graznido solitario.
No hay almendras este octubre;
«se chelaron»,
dice mi vecina.
A la hora en que el primer sol enciende las puntas
del romero
la mariposa me confunde:
con el borde anaranjado de sus alas
y su cola blanca y negra
se hace pasar por un pájaro diminuto.
Y hace que me sienta el ser más afortunado con su visita,
a la hora en que el primer sol enciende las flores
azules del romero
y yo me tomo un té.
La luna llena, cuando aún no es de noche,
ilumina la neblina sobre el valle.
Cantan algunos pájaros
todavía.
Desayunemos, como siempre,
café y cigarrillos.
Trabajemos disciplinadas
construyendo textos, laboriosas
albañiles de las palabras.
Hagamos un descanso también, de cuando en cuando,
para contar un chiste,
soltar un exabrupto,
comentar cómo va todo, che.
Cuidemos
de nuestros hijos, esos jinetes
que viajan nocturnos y a solas por primera vez,
tan frágiles,
alejándose de nosotras.
No miremos
por la ventana más que lo estrictamente
imprescindible.
Y a la noche brindemos
por nosotras, porque valemos mucho,
con un vaso de vino blanco vos,
yo con un vaso de vino tinto.
Y si algo pasa además del invierno,
algo dulce y brillante y cálido y redondo,
o el desamparo nos muerde una vez más
en la misma herida de siempre,
te llamaré, negra,
o me llamarás vos
antes de irnos a dormir y llenaremos de risas
y de lágrimas los teléfonos y los vasos.
Y brindaremos
por la vida,
por el invierno,
por nosotras.