El brillo de sus ojos
al saltar:
no sé si es su excitación la que enciende el fuego
o el fuego el que enciende su mirada.
Duermo la siesta en la hamaca:
la brisa,
las voces de los invitados,
las risas de los niños,
la música estridente,
la brisa.
Me recordaste mi deseo
de quedarme a vivir en Galicia.
Yo tampoco lo he olvidado
y eso, supongo,
es lo que llamáis morriña.
Me reencuentro con mis hermanos
en la franqueza.
¿Cómo no me había dado cuenta
de cuánto los echaba de menos?
Sobre el rocío
ofrecemos,
deseamos,
prometemos
felicidad sin límites.
Reconocida la derrota
lo más difícil
sólo queda decidir cuándo
y cómo
me batiré en retirada.
El dibujo en el aire de un trozo de papel al caer,
la piedra lavada tras la lluvia mientras anochece
irrumpen sin permiso
y me reconcilian con mi sonrisa.
Tanto tiempo sin escucharme,
que ahora llueve sobre mí
de golpe
toda mi tristeza,
mi añoranza,
mi anhelo,
mi decepción,
mis contradicciones.
Duelen.
Una mariposa grande y negra
insiste en entrar.
Luego, absurdamente,
se pone a dar saltitos sobre la acera.
Si tengo frío
no me hacen falta los razonamientos
sobre la temperatura que hace realmente
ahí afuera.
Lo que necesito es una manta.
Escuché una voz muy dulce
que cantaba
y cuando intentaba averiguar de dónde venía
una mariposa se posó sobre mi mano.
Dices que la morriña consiste en querer volver
intuyendo que no volverás.
Yo pienso que tal vez sea el miedo
a no volver nunca.
Bailar toda la noche
dejando que la música
empape cada hueso y cada fibra
y al mismo tiempo
sentirse ligera como el aire.
Se trata de una cuestión de precio,
de no vivir por encima de tus posibilidades.
Apenas me quedan
unas monedas en el bolsillo:
insuficiente
para todo lo que tengo que pagar.
El pino se seca poco a poco,
no sé si irremisiblemente.
Los gatitos están enfermos.
(Da miedo reconocerlo
como símbolo.)
Una vez cada tanto tiempo
el milagro de la despreocupación.
Aprendo
a disfrutarte también así.
Sin prisas.
Me gusta cuando hablas
y me miras a los ojos.
También cuando callas
porque estás tan presente.
Encendiste la luz
y me trajiste un vaso de agua.
Toda la ternura.
Me despertaste al amanecer
con el mundo entero
en tus manos.
Tu piel
tan cerca
toda la noche:
otra cosa no necesito.
Lasitud.
Cada instante
de sol
la brisa
resplandece en mi piel.
Floto boca arriba
con los brazos abiertos:
el mar es silencio repentino
y ondas acariciándome
el pecho.
El agua me sostiene.
Lasitud.
*Entrevista* con Pema Chödron.