Un año más
el olor de las almendras recién vareadas.
Y la voz de las mujeres que charlan
mientras trabajan.
Leo tus cartas antes de que me las escribas.
Si das todo lo que tienes a tu enemigo
ya no tendrás miedo a perderlo, dijo.
Está bien:
aquí lo tienes.
Todo,
también mi miedo.
Tabla de salvación:
tabla de gimnasia,
tabla de multiplicar,
tabla de lavar.
¿Estamos en tablas?
Escribo versos igual que anoto las cosas que tengo hacer en la agenda:
para sacármelos de la cabeza
(del corazón)
y poder seguir caminando sin peso.
Toco con los dedos,
con la cabeza, con los pies
mis límites:
Siguen estando ahí, aunque
no son tan sólidos
sino algo gomosos;
lo bastante blandos como para poder quitarme, por fin,
el casco.
El otoño fija sus fronteras:
a las 5 de la tarde el sol
se ha retirado ya del jardín.
El silencio recuperado.
No se oye siquiera el eco
de los ladridos de los perros de caza.
El saúco se desnuda clandestino,
noche tras noche.
Sólo duele si pienso.
No te creas todo lo que te dice tu mente, recuerdo.
Hago el equipaje una vez más.
Año de encuentros y desencuentros
(en realidad, como todos los años, pienso;
sólo que un poco más vieja cada vez
y un poco más cansada).