A veces tus ojos se posan en mí como pájaros,
pequeños y oscuros pájaros que aletean
levemente
y de pronto se quedan quietos,
calmos.
Y entonces mis ojos se quedan prendidos de los tuyos
y mi corazón recorre,
tembloroso y confiado,
el ancho camino que crean nuestras miradas
para abrazarse en silencio a tu corazón
muy levemente.
Te eché tanto de menos cuando te fuiste
que en tu ausencia hice la compra
y seguí preparándote el desayuno
varios días.
Y en tu ausencia
me lo comía llorando.
Te llevé el Historial de las violetas
y te enseñé mi poema favorito
(te gustaron
las líneas de colores que había dibujado mi hermana
Cristina cuando era adolescente.
«Es una obra de arte», dijiste.)
Luego leíste el poema en voz alta,
muy despacio.
Dulce privilegio el de ser la primera persona
que veías al despertar.
Intuyendo tu cercanía
florecen los jazmines
y los crisantemos
de mi ventana.
¿Alguien ha aprendido alguna vez a conducir un coche sólo leyendo libros?
Día de Reyes
Este año olvidé qué día era,
no había pedido regalos,
no esperaba nada
(tenía el corazón alegre,
una bolsa y una mochila,
hacía sol: nada más).
Y, si se mira bien, no sucedió nada extraordinario:
una cama, un plato a la mesa, vino tinto en la copa
y buena compañía.
El milagro de la amistad en lo cotidiano: nada menos.
La Vía Láctea indica el camino.
El humo de la chimenea dice
hacia dónde va el viento.
Algunas noches señalan la misma dirección.
Al amanecer la casa está fría.
Salgo a buscar el sol
y el sol me encuentra.
Si no son peras, ¿qué podemos pedirle al olmo?
El hielo en la carretera
blanco sobre el asfalto negro
dibuja la silueta de la sombra de los árboles.
Cuando vuelva a la ciudad
seguiré viendo con los ojos de la memoria
todos los tonos de ocre y verde,
camino arriba,
de aquel mediodía luminoso de enero.
Pienso este mediodía luminoso de enero,
camino arriba,
sabiendo que pronto volveré a la ciudad.
El horizonte turquesa líquido,
una franja roja encima,
y sobre ella,
ese azul desvaído y pálido
que precede a la noche.
El cristal refleja el brillo de la
lámpara.
Detrás, el cielo estrellado.
El olor del caldo,
el tacto de la madera,
escribo poemas en la mesa de la cocina.
Mézclense:
poemas antiguos,
vino tinto (joven),
dos violines,
una guitarra y una voz,
un piano.
Carcajadas.
Agítense en la madrugada,
inyéctense en vena.
Espero.
Y mientras tanto,
voy limpiando mi casa.
Hoy me tomaría un baño
caliente y largo,
sin prisas.
Si tuviera la bañera apropiada.
Hermana: tienes el valor y el coraje.
Búscalos.
«Está aquí mismo, ahora mismo», dijo.
«Lo único que ocurre es que no somos capaces de verlo.»
Hay sueños tan vívidos como un recuerdo:
Como el suave y leve tacto de ese jersey de angora blanco.