El niño se para
y escucha.
La tarde vibra
en verde y amarillo.
En el camino
de tierra su sombra se alarga
y canta.
Camina desde hace años. Está muy cansado. Pero tiene tanto miedo que no puede detenerse. Lleva tanto tiempo caminando que cree que, si se detiene, se detendrá el mundo.
Es curioso, me dijo. Cuando dejé de mentir, dejé de tener miedo de que me mintieran.
Abro la ventana. Un solo jazmín perfuma toda la casa.
No soy una planta: no tengo raíces.
El campo está verde y amarillo de jara. Muy verde y muy amarillo. Igual que en Chiloé, en el sur del Sur, hace seis meses. Igual que allí y entonces, llovió, salió el sol, sopló el viento, paseamos por la playa, olimos el mar y nos reímos. Es extraño vivir la rotación de las estaciones cada seis meses, en vez de cada año.
El pez nada
y corta en dos el océano.
Daría todo lo que tengo a cambio de no sentir miedo, dijo. Pero tengo miedo de perder todo lo que tengo.
Es fin de mes. En la nevera, una lechuga de hojas lacias, algo de leche, un par de huevos. El impostor se disculpó presentándome una lista de ingredientes exóticos y herramientas sofisticadas im-pres-cin-di-bles para hacer una cena que valiera la pena. El hombre corriente se encogió de hombros y me hizo una ensalada y una tortilla francesa. El maestro sonrió e hizo un exquisito souflé de hojas al aroma de Dijon.
De niños aprendimos a sustituir la curiosidad por el miedo. Pero ser adultos significa tener la capacidad de elegir. Por ejemplo, sustituir el miedo por la curiosidad. Esa facultad que hace que nos asomemos a mirar por el agujero de la cerradura en lugar de taparnos la cabeza con la manta.
No se puede consolar al muerto de su muerte.
La enfermedad de Ana era la cleptomanía. La de Alejandra, fingir que era cleptómana y creérselo.
Me pidió: «dame la mano». Tenía seis años. Hacía sol y era domingo.
Quererte es asomarme a un abismo,
sentir vértigo,
cerrar los ojos y dejarme caer
con la certeza de que estás ahí, en el fondo,
esperándome.
A veces se regresa a los lugares para comprobar que no los hemos soñado. Veintitantos años después he vuelto a San Esteban de Pravia.
Resulta asombroso comprobar que si lloras, un día se acaban las lágrimas y con ellas, la pena.
De 9 a 6
Retengo aún el mito
entre los dientes
a punto de transformarse en quejido
o carcajada.
Solo el afán inútil
hecho prisa
me mantiene reloj
me forja cuchillo
y digo las palabras mágicas
con retintín de robot
y me sumerjo
correctamente vestido
en el buenos días sr gerente
por triplicado
con referencia a la noche
que no pasé contigo
que guardo en el ojo enmohecido
y en el terremoto de mis dedos.
Pongo por caso que voy
atribulado el verbo
a desayunar café cargado
y me entretengo con cosas
del periódico de ayer
en consignas borradas por la lluvia
cartas marcadas por tahures muertos
vulgar como una guía de teléfonos
como un guante extraviado.
A ver si un día de éstos
entra el milagro
por la puerta de la oficina
salada la boca dorada la piel.
La cuestión es que no me obligue
a trabajar demasiado.
Sergio Busto
Publicado en la Lista Escritura Creativa el 19 de junio del 2003.
Sólo dejo de ser mía en el amor, cuando soy tuya y tú eres mío.
Dejé la copa de vino blanco y entré en el agua oscura como tinta. Nadé de espaldas, mirando a la Osa Mayor.
Allí recibí la medianoche, entre mujeres en plenitud y risas de niños.
Luego, con el pelo aún mojado, quemé todo lo que me había causado dolor.
Entré en el verano mirando las llamas de mis deseos.
El vértigo
del día,
de la noche,
del mar
inacabables.
Muy humildemente le ruego
que cuando tenga a bien dirigirse a mí
por escrito
no olvide nunca
mandarme sus besos.
Pues sin ellos
es más difícil vivir.
Sentada junto a la ventanilla le vi correr hacia el último vagón, como si intentase alcanzar la torre que acabábamos de rebasar.
Tengo bufandas de todos los colores. Bueno, esas bufandas que ahora se llaman pashminas (o algo así). Toda la vida han sido bufandas, pero en fin… Son baratas. Mi hermana las consigue en una tienda de mayoristas, de las que nutren a los que las venden a la puerta del metro. No pago por ellas más allá de 400 pesetas, así es que es un vicio permisible. Ayer trajo la última. Roja, me faltaba roja. Las tengo todas en un cajón y, cuando lo abro, parece que mirase el arcoiris. Pero ya no caben. La roja se ha quedado sobre la mesa del salón porque el cajón se me ha quedado chico. Pasa a veces. Acumulas cosas por capricho y luego no hay dónde meterlas. El cajón… tiene solución. Buscaré otro más grande arrinconando los jerséis que hace años no me pongo.
Mi ordenador también dice que hay poco lugar para tanta carpetita. Compraré un disco más grande. Mi estantería de vídeos… saturada. Pero los Reyes Magos me regalaron un DVD y las películas ocupan la mitad. Otro logro de la técnica…
Pero ahora, entre bufandas, películas y carpetitas me he encontrado una caja llena de sentimientos y no cabe en ningún sitio. Mi corazoncito no da para tanto. He preguntado en el Corte Inglés, aprovechando las segundas rebajas, pero no tienen corazones mayores. Pensé en hacer limpieza, como la del verano pasado de los zapatos. Mi mueble zapatero guardaba reliquias dignas de un museo y, en un arrebato de orden, tiré todas a la basura. Bueno, a la basura no, a un contenedor de esos de ropa usada… ¿Debo poner allí todo lo que siento por ti? No sé, no he visto contenedores de sentimientos, la verdad. Sería cuestión de proponerlo, porque Madrid se vanagloria de ser pionera en el tema de los reciclajes.
Fui guardando sin orden ninguno trocitos de amor, de deseo, de admiración, de decepción y despecho… Y ahora no caben ya, pero no puedo tirarlos. Estos aún me los pongo, no son como los zapatos y los jerséis. Aún me visto de ti cada vez que el corazón vence a la cabeza. No sé, tal vez compre una cajita forrada de seda, como la que tenía mi abuela para guardar las fotos de los nietos, y guarde allí todo lo tuyo.
Esperanza Fabregat
Publicado en la Lista Escritura Creativa el 27 de junio del 2003
En mitad de la noche
Con dedos invisibles, por la noche,
alguien trenza de nuevo los destinos.
Recompone lo roto, le devuelve
la armonía perdida a lo imperfecto.
Cobran vida las cosas que no fueron,
y lo que el mal deshizo, vuelve a ser.
Del cerebro dañado surge un río
de aguas siempre tranquilas. De la médula
enferma crece un bosque de hayas, míralo
ahí, ahí. Lo que no tuvo forma,
lo que no llegó a ser, el niño muerto,
el destino truncado, un amor triste,
todo esto resucita en esos dedos
que vibran en la noche. Y así surge
la inconstante belleza del mundo.
Y también la del más allá
que no conoceremos.
Eduardo Jordà, Tres fresnos
Tan cerca de ti que respiro
el aire que exhala tu boca.